«Las empresas
farmacéuticas modernas han amasado grandes cantidades de dinero
rentabilizando el poder y la ubicuidad del efecto placebo. La mejor
manera de obtener excelentes resultados con una pastilla es tratando
con ella a personas que en realidad no la necesitan; los mayores
índices de respuesta al placebo se dan en sujetos que mejorarían
por sí solos de manera natural. El truco publicitario verdaderamente
brillante fue crear una burbuja de inflación diagnóstica
persuadiendo a los médicos de que tratasen a pacientes que no
estaban verdaderamente enfermos y, al mismo tiempo, convenciendo a
los pacientes de que sí lo estaban. Ampliar la cuota de mercado para
incluir a las PERSONAS SANAS PREOCUPADAS no sólo aumentaba el número
de clientes, sino que garantizaba la satisfacción de los mismos. […]
Dos brillantes éxitos
comerciales ilustran el poder, no sólo curativo, sino también
económico, del placebo. Casi tres cuartas partes del 11% de la
población de EE. UU. que consume actualmente antidepresivos no
presenta síntomas de depresión. Algunas de esas personas volverían
a enfermar de nuevo si dejasen de tomar pastillas; las necesitan como
protección profiláctica frente a la reaparición de una depresión
crónica. Sin embargo, muchos clientes fieles son personas que
responden involuntariamente al placebo y se curan de manera
espontánea (pero no lo saben) y les da miedo fastidiarla. Una parte
considerable de los 12.000 millones de dólares que se gastan cada
año en antidepresivos en EE. UU. recompensa a las empresas
farmacéuticas por promocionar el uso demasiado generalizado de lo
que para muchos pacientes no son más que placebos muy promocionados,
exagerados y muy caros, recetados como consecuencia de un diagnóstico
falso.
Otro caso paradigmático
es la historia del sorprendente éxito del Buspar y cómo se
convirtió inesperadamente en uno de los fármacos más vendidos de
la historia a pesar de tener poca o ninguna eficacia. Cuando Buspar
apareció en el mercado, le dije a un ejecutivo de la empresa
farmacéutica que seguramente sería un fracaso absoluto porque no
funcionaba. No dijo nada, pero me sonrió de manera condescendiente,
probablemente porque sabía algo que a mi ingenuidad se le escapaba.
El aparente inconveniente de tener muy poca eficacia (si es que tenía
alguna) contra la ansiedad, quedaba más que compensado por el hecho
de no tener prácticamente ningún efecto secundario. Al ser un
placebo perfecto, fácil de usar y no caro, era el medicamento idóneo
para generar enormes beneficios.
[…] Estaría bien que
la gente fuera más escéptica ante las afirmaciones de la industria
farmacéutica de que las preocupaciones y desgracias del día a día
no son más que un “desequilibrio químico” que puede
solucionarse con una pastilla.» (Allen Frances, ¿Somos todos
enfermos mentales?, Ariel, Barcelona, 2014, pág. 128-131)
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http://www.ccma.cat/tv3/alacarta/retrats/javier-aizpiri-2-podar-adobar-i-posar-al-sol-/video/5514960/
http://www.soycomocomo.es/invitado/joan-laporte/
Y si quieres saber más sobre el exceso de atención médica a quienes menos la necesitan:
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